"Eran horas en que sentía con fuerza, lo juro, que estábamos como retirados de la aldea, de Francia y del mundo. Me complacía -guardaba para mi solo mis sensaciones- imaginar que vivíamos en medio de los bosques en una choza de carboneros bien calentada; hubiera querido oír a los lobos afilando sus uñas en el granito incólume de nuestro umbral. Nuestra casa era mi choza. Me veía en ella al abrigo del frío y del hambre. Si me estremecía un escalofrío era de bienestar. Bien instalado en mi silla me impregnaba del sentimiento de la fuerza que la naturaleza emanaba."
Henri Bachelin, Le Serviteur
Para poder entender la casa hay que tener en cuenta dos cosas fundamentales:
La casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ellas el hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser humano.
En la casa es fácil observar múltiples centros de simplicidad. Como dice Baudelaire: en un palacio “ya no hay rincones de intimidad”. La sencillez del interior de la casa la hace toda ella un único rincón para la intimidad más poética e intimista. Pero la simplicidad, a veces encomiada demasiado racionalmente, no es una fuente de onirismo de gran potencia. Hay que llegar a la primitividad del refugio. Esta casa, en su sencillez busca el adentramiento poético del que busca y en el lugar encuentra. La casa es una ayuda a descubrir en nosotros el goce de contemplar, de vivir ante un objeto tan contundente como la naturaleza misma.