Colegio en La Campana (Sevilla)
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EL MUNDO DE LOS SUEÑOS

Un niño es algo precioso, es un tesoro. Un niño es infinito. Es una persona con infinitas posibilidades. Todo es posible en él, es capaz de alcanzar mundos con los que nosotros no hemos soñado. Pero todo el proceso de socialización va matando su creatividad. Lo va encajonando, dirigiéndolo a un fin conocido por todos. Le van quitando los sueños.

Lo único que he intentado en el Centro de Enseñanza Secundaria de La Campana es para algo que ya no tiene remedio. He intentado abrir de nuevo el mundo de los sueños y perderme en el paisaje, en su horizonte. Pretendo provocar sueños, llenar la vida de los que allí habiten de sensaciones, haciéndoles mirar el lugar que allí tienen. Enseñándoles a dialogar con el mundo natural que los rodea. Es simplemente un lugar desde el cual mirar.

LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en le laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía un laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó a sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió a sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “ ¡Oh rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te venden el paso.”

Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.

Jorge Luis Borges. El Aleph. Relatos

© Felipe Palomino 2006aviso legal       contactoDiseño: El Sendero